Las campanas sonaron anunciando el medio día, casi perdiéndose entre el ruido de los autos que contaminan con sus desesperantes bocinas. El despertador se quedó atascado por falta de baterías, la ropa tirada por todas partes, la comida pudriéndose en los rincones, moscas chocando con el único foco de la habitación, botellas de vodka y ron barato a medio tomar tiradas a los pies de los sucios muebles de madera de poca calidad.
Las sábanas se movieron con el súbito de cada golpe de badajo, una melena castaña y lisa surgió de entre las almohadas, una espalda desnuda nació de entre las cobijas, un par de grandes pechos aparecieron balanceándose, todo el cuerpo esbelto y moreno se incorporó lentamente, Ella despertó.
Volteó su cuerpo para tener la nariz apuntando al techo, abrió los ojos poco a poco mientras pasaba una mano por su cabeza resintiendo los dolores de la resaca. Se levantó poco a poco, volteó a ver el buró de su derecha, se agachó completamente para mirar por debajo de la cama y con una pirueta bastante chusca cayó sobre su espalda.
-¡Carajo! – exclamó entre dientes sin fuerza para gritar.
Completamente lampiña se arrastró hacia las patas del mueble, extendió su mano, sacó una botella medio llenar y la puso en el buró, volvió a estirar la mano y sacó un vestido negro con rayas blancas hecho bola con su ropa interior roja asomando entre los pliegues.
Tomó su calzón tanga y lo arrojó mientras se ponía el corto vestido.
-¿Otra vez sin ropa interior? – Preguntó una voz madura, con imponencia pero ternura a la vez.
Ella, sin mirarlo y con la voz ronca, dijo:
-A mis clientes les gusta más así.
-A mí me gustas más desnuda – le dijo la voz.
Se puso de pie, buscó un par de zapatos con tacón alto color marrón por ahí, tomó la botella y le dio un trago largo.
-Tardé meses en desnudarte y ellos lo logran con un par de monedas – dijo la voz, riendo.
Ella lo miró lentamente con cariño y sonrió.
-Me molestan tus palabras, son sencillas pero mueven mucho en mí.
Él estaba sentado en un escritorio. De espaldas a Ella, frente a una maquina de escribir, tecleando y con un vaso de agua mineral a un lado. No veía nada de lo que pasaba, pero escuchaba cada uno de los movimientos que se suscitaban en su habitación.
-Algo estoy haciendo bien. No te vayas sin desayunar antes – dijo mientras arremangaba su bata guinda.
-No creo que me de tiempo, ya es tarde, me están esperando – contestó con otro trago de ron.
-Todos esos simios pueden esperar –. Dijo con frialdad.
Ella se acercó balanceándose de forma coqueta, puso su mano en la cabeza de él, acarició su cabello y sonrió.
-Estás perdiendo cabello, tal vez por eso estás de mal humor.
-Tú realidad es la que me provoca el mal humor – contestó mientras cambiaba el papel de la maquina.
-¿Tú qué carajo sabes de mi realidad si te la pasas sentado frente a esa maquina todo el día? – retrocedió y puso las manos en la cadera.
-Está máquina paga tus vicios banales, el alcohol barato que te empeñas en comprar, los cigarros de horrible calidad y de vez en vez tu cocaína. A veces incluso las palabras que escribo en ellas son suficientes para saciar tu hambre de sexo.
-¿De qué carajo hablas?
-A veces, después de leer algo de lo que yo escribo, finges que no es necesario ir a trabajar y te quedas a mi lado todo el día. Eres más atenta y elijes buena música, cosa que, por cierto, es muy rara en ti -. Se detuvo un momento para pensar en lo siguiente que iba a teclear y ella sonrió, luego prosiguió: -De cualquier manera, no creo que la realidad sea el equivalente a un hombre que acerca su mano a su boca para exhalar y así comprobar si su aliento apesta a tu sexo -. Chasqueó los dedos y comenzó a escribir de nuevo.
-Jódete.
-Joder… me parece que ese es tu trabajo.
-Por mí puedes irte mucho a la mierda -. Tomó el saco que estaba en el perchero, lo arrojó a la cama y frente a un espejo quebrado empezó a maquillarse.
-No uses el azul en los ojos, te queda horrible.
-¡Carajo! ¿No puede haber un miserable día en el que no seas tan patán conmigo? – arrojó el labial al piso.
Él hizo la silla hacia atrás, volvió a acomodar sus mangas, se levantó con delicadeza, caminó lentamente hacía ella y la miró con mucha serenidad.
-Tú no estás enojada conmigo, estás enojada contigo misma.
-¿Cómo puedes estar tan tranquilo diciéndome que me amas, escribiendo esos poemas para mí, comprando lo que te pido, haciéndome el desayuno y recibiéndome después de estar con 5 ó 6 hombres en el día? – preguntó ella con desesperación.
Él la tomó en sus brazos con delicadeza, acercó su boca a su oído y susurró: -Ellos pueden satisfacer sus deseos vulgares con tu cuerpo, pero yo tengo tu esencia.
-¿Por qué no tomas mi cuerpo como los otros hombres? – diciendo esto se quitó los brazos de él, retrocedió y empezó a bajar el vestido.
-Porque tu cuerpo no me interesa en lo más mínimo, me gusta que mi aliento sepa a un buen Whisky y no a los miembros mal aseados de otros hombres-. Dio media vuelta, se acomodó en su silla, le dio un trago a su agua mineral y siguió escribiendo. –En términos que puedas entender, yo te estoy pagando por otros servicios.
-Vete a la mierda. –Sentenció mientras agarraba el abrigo y salía.
Bajó las escaleras con el sonar de sus tacones hasta la puerta principal mientras maldecía. Una vez afuera estiró la mano para tomar un taxi, sintió el sol en sus ojos e introdujo su mano dentro del abrigo, sacó unos lentes oscuros, se los colocó y notó que un trozo de papel caía al suelo. Se agachó por él mientras el taxi se detenía, lo recogió, le dio la vuelta y leyó:
“Que tengas un buen día, mi amor”.
-¡Grandísimo hijo de puta! – Exclamó con tono irónico mientras subía al taxi y durante todo el día, no dejó de sonreír.